A pesar del término que ha acuñado la prensa para llamar a lo que está aconteciendo en el mundo árabe desde finales de 2010, la “primavera árabe”, esta revolución no es un hecho aislado históricamente, ni es la primera, sino que es la tercera etapa revolucionaria que ha vivido el mundo árabe, tras la primera y breve revolución árabe en 1916-1918; la segunda revolución panárabe de 1954 a 1970, que fue ahogada por golpes reaccionarios; y esta tercera que arrancó el 17 de diciembre de 2010, cuando un joven tunecino en paro, Mohamed al Bouazizi, se autoinmoló en Túnez.
1. La primera revolución árabe: 1916-1918
La primera revolución árabe fue iniciada por el última persona en ostentar el cargo de “Sharif al-Mecca” (o “Noble de la Meca”, institución que custodiaba el lugar sagrado del Islam, la Meca, desde el siglo X d.C.), Husein bin Ali, en 1916, en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial (1ª GM), y con el objetivo de garantizar la independencia de las tierras árabes (desde la actual Siria hasta Yemen) del control de un imperio otomano en proceso de resquebrajamiento, contando con teóricas garantías ofrecidas por Reino Unido de apoyo a la independencia árabe (la correspondencia entre Husein y McMahon
, a la sazón Alto Comisionado británico en Cairo, así lo indicaba).
Los sublevados fueron luchando contra los otomanos a lo largo de 1916 y 1917 en la península arábiga en la zona costera a lo largo del Mar Rojo, hasta tomar el puerto de Aqaba en julio de 1917. En 1918 sabotearon en varias ocasiones con éxito las líneas de ferrocarriles otomanas hacia Medina. Finalmente, en septiembre de ese año llegaban a las puertas de Damasco a liberarla. T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia), quien desde 1914 trabajaba para el Gobierno británico como oficial de inteligencia en Cairo, ayudó a coordinar desde 1916 el abastecimiento británico de armas a los sublevados.
No obstante, en contra del éxito de esta primera revolución árabe jugaron los intereses creados de Francia y Reino Unido materializados en el Acuerdo secreto Sykes-Picot de 1916
, por el que ambos países se repartían esferas de influencia en el escenario post-otománico en Oriente Medio, con la aquiescencia de la Rusia Imperial. Una vez concluida la 1ª GM
primó la “Real Politik” franco-británica y el prometido gran estado árabe independiente nunca llegó a crearse.
2. La segunda revolución árabe: la panárabe: 1954-1970
A mediados del siglo XX el mundo árabe experimentó una ola de revoluciones anti-colonialistas, que hicieron que Francia y Reino Unido, quines aún entonces seguían ocupando los países árabes bien directamente o bien a través de monarcas bajo su influencia, tuvieran que abandonar esos países.
Así, Marruecos se independizó de Francia y España en 1956; Argelia de Francia en 1962; Túnez de Francia en 1956; en Libia Muamar el Gadafi derrocó en 1969 la monarquía del rey Idris I que habían establecido los británicos; en Egipto Gamal Abdel Nasser derrocó en 1952 la monarquía del rey Faruk I que habían establecido los británicos; Siria y Líbano se independizaron de Francia en 1946; en Irak el general Abdel Karim Kassem derrocó en 1958 la monarquía que habían establecido los británicos con Faysal I; en Irán el general Mohammed Mussadaq derrocó en 1951 al Sha Reza Pahlavi [y Reza Pahlavi por su parte era hijo de otro general que en 1921 había depuesto al Sha Ahmed y que en 1925 se había auto-proclamado Sha de Persia]; en Yemen del Norte la monarquía fue derrocada en 1962; y Yemen del Sur tuvo un Gobierno comunista entre 1967 y 1990, y en los 60 se unió al panarabismo de Gamal Abdel Nasser.
En esta etapa de efervescencia panarabista y libertadora para con el yugo colonial que fueron los años 50 y 60 en el mundo árabe y persa, liderados por el Egipto de Gamal Abdel Nasser, se produjeron hitos de autoafirmación como la nacionalización del canal de Suez o el alineamiento, dentro de las dinámicas de la Guerra Fría, con la URSS.
Aunque casi todos los dirigentes árabes de esa época eran militares [conviene recordar que los Ejércitos eran de las pocas instituciones que permitían en ese entonces movilidad social en el mundo árabe], los modelos políticos liberales que establecieron permitieron, por primera y única vez en la historia de casi todos esos países, que sus poblaciones disfrutaran de amplias libertades públicas, asimilables al concepto de democracia occidental, incluida una amplia emancipación de las mujeres.
3. Los golpes reaccionarios que pusieron fin a la segunda revolución árabe: la pinza saudeowahabi-askenzisionista
Esa segunda revolución árabe se vio definitivamente malograda a partir de 1970 con la muerte de Gamal Abdel Nasser, quien hasta entonces había sido el gran valedor del panarabismo árabe. En el mundo árabe se ha escrito mucho sobre que Nasser fue envenenado por los servicios secretos israelíes mediante un veneno en su aceite de masaje [igual que se afirma con rotundidad en el mundo árabe que Yasser Arafat corrió la misma suerte a manos de los mismos servicios]. Si Nasser murió de un paro cardíaco a sus 52 años como afirma la historia oficial, o fue asesinado, no es relevante aquí. El hecho relevante es que su desaparición de la escena política supuso que el panarabismo se quedara sin su más vehemente valedor y, por ende, fue el principio del fin del panarabismo.
Aunque ya para entonces cada país había ido tomando su propio camino, a partir de la década de los 70 en todo el mundo árabe y persa el espíritu panarabista y libertador fue siendo abatido por golpes reaccionarios, liderados también casi todos por militares o clérigos, ideológicamente conservadores, que fueron limitando el espacio político y vital de las poblaciones; homogeneizando los regímenes; y asimilándolos en gran medida a dictaduras carentes de los derechos, libertades y garantías mínimos de un estado de derecho, dictaduras muy similares en muchos aspectos a la monarquía absolutista saudí.
En Marruecos los grandes fraudes electorales de 1963 bajo Hassan II y el subsiguiente asesinato de Mehdi Ben Barka en Paris en 1965, fueron seguidos de intentos de atentado contra el monarca alauita en 1971, y ese descontento solo pudo ser aplacado aunando las voluntades contra un enemigo común, génesis de
la Marcha Verde sobre el Sahara Occidental de 1975.
En Argelia, Huari Bumedián dio un golpe de estado militar en 1965 mediante el que derrocó a Ahmed Ben Bella, partidario de la supremacía del poder civil.
En Túnez, el Presidente Habib Bourguiba empezó a partir de 1970 a reorientar sus políticas y dotarlas de claro signo conservador, aunque manteniendo la moderación ideológica y el estatuto avanzado de la mujer que siempre fue característico de Túnez en el mundo árabe. Zine el Abidine Ben Ali depuso a Habib Burguiba en 1987 y se perpetuó en el poder a partir de entonces y hasta enero de 2011.
En Egipto, Mohamed Anuar el Sadat, que sucedió a Gamal Adbel Nasser en 1970, abandonó el panarabismo y firmó los acuerdos de Camp David con Israel en 1979. Y su sucesor en 1981, Hosni Mubarak, siguió la misma línea en política exterior, reforzando la faceta dictatorial a nivel interno hasta su derrocamiento en 2011.
En Siria, un militar alauita Hafed al-Asad dio un golpe de estado en 1970 y estableció una dictadura en la que fue sustituido, a su muerte en 2000, por su hijo Bashar al-Asad. Y aunque todos los alauitas también son chiítas, seguidores de Ibn Naser, no conviene olvidar el carácter militar y dictatorial del estado sirio.
Líbano, que a principios de los 70 era conocido como la “Suiza de Oriente” por su próspera situación económica, que de continuar así podría haber hecho sombra a Israel, y donde intentaban e intentan convivir todas las ramas religiosas de las principales religiones de Oriente Medio, vivió una terrible guerra civil de 1975 a 1991.
En Irán, el 11 de febrero de 1979, Ruhollah Jomeini [representante del chiísmo más extremista y el más acérrimo opositor ideológico, por antitético –los extremos se tocan-, al wahabismo] se consagró como Líder Supremo e instauró la ley islámica o “sharia”.
En Irak, a los pocos meses del cambio de signo en Irán, en concreto en julio de ese mismo 1979, saudíes y sionistas entre bastidores apoyaron la designación de Saddam Hussein como Presidente con el objetivo de frenar al díscolo vecino iraní [de ahí que a Saddam Hussein se le permitiera y apoyara que atacara Irán en los 80, pero se le frenara cuando atacó Kuwait en 1991, aliado ideológicamente a Arabia Saudí].
Yemen del Norte y del Sur se unificaron en 1990, y desde entonces su Presidente fue Ali Abdullah Saleh, militar, quien había sido Presidente del Norte desde 1978.
A diferencia de la primera revolución árabe que fue abortada por la Real Politik de franceses y británicos, la segunda revolución árabe fue, en mi opinión, abortada principalmente por fuerzas regionales, un wahabismo saudí poco interesado en que el panarabismo árabe pudiera entrar en colisión con sus tribales intereses mercantilistas, y apoyado en la sombra por el sionismo askenzi. Entre ambas fuerzas hicieron una pinza, entendida como unión de dos fuentes de presión o lastres independientes (el lastre wahabi saudí y el lastre sionista askenazí, de los que ya he hablado en extenso en artículos previos) que se unían para asegurar el triunfo reaccionario en la zona.
Conviene tener en mente que el Norte de África al oeste de Túnez fue siguiendo cada vez más una vía particular, como lo hacían Turquía, o las monarquías del Golfo, o el binomio Pakistán-Afganistán, y que serán actores importantes de cara a las dinámicas actuales del siglo XXI.
4. Los movimientos yihadistas
Afianzados, pues, a partir de la década de los 70 los gobiernos reaccionarios conservadores que siguieron a los movimientos panarabistas liberales y libertadores de mediados de siglo, empezaron en la década de los 80 y los 90 a ganar preeminencia dos nuevos fenómenos en el mundo árabe: el yihadismo y el islamismo.
Cronológicamente el primero de los dos fenómenos fue el yihadismo. Hay algunos autores que prefieren usar el término salafismo, en lugar de yihadismo, pero el término salafismo se refiere específicamente a un grupo de los padres del Islam que vinieron con posterioridad al Profeta y la visión purista que tenían del Islam. Es, por ende, un término con fuertes connotaciones religiosas y que vulnera susceptibilidades cuando es usado en un contexto de análisis bélico-político, mientras que “yihad” es un término que sí significa guerra motivada por ideales religiosos, y por ende parecería más apropiado para calificar el fenómeno surgido en Afganistán a finales de los 70.
Detrás del fenómeno del yihadismo estuvo en sus orígenes también Arabia Saudí, en concreto un saudí adinerado Osama bin Laden. Para contextualizar este fenómeno, debemos retrotraernos a 1978. En abril de 1978 Nur Mohamed Taraki alcanzó el poder en Afganistán y trajo por primera vez educación pública gratuita que incluía a las mujeres, reforma agraria, separación de Estado y religión, establecimiento de un salario mínimo, prohibición del comercio de opio y legalización de los sindicatos. EEUU y Pakistán apoyaron el derrocamiento de Taraki; y la URSS, que había firmado un Tratado de Amistad con Taraki, envió sus tropas a Afganistán en diciembre de 1979. EEUU empezó a apoyar a los grupos rebeldes, a través de wahabistas como Osama bin Laden, que fueron canalizando combatientes yihadistas desde todo el mundo árabe hacia Afganistán. Estas fuerzas lucharon junto a los rebeldes (autodenominados “talibanes” que significa “alumnos” religiosos) hasta la retirada de la URSS de Afganistán en 1989. A partir de ese momento los talibanes establecieron en Afganistán un régimen teocrático y absolutista, similar al existente en Arabia Saudí.
No obstante, terminada la guerra en Afganistán quedaron “liberados” miles de combatientes ideológicamente extremistas que quisieron extender su ideología por el resto del mundo musulmán. Así, en Libia los yihadistas libios retornados formaron el “Lybian Islamic Fighting Group” a principios de los 90, que se enfrentaron a Muamar Gadafi durante años, hasta que éste logró vencerles, y expulsarlos de Libia hacia Egipto. En Somalia, el derrocamiento de Said Barre en 1991 fue el origen de la infiltración de yihadistas retornados que se aprovecharon del desgobierno del país y fueron creando alianzas de conveniencia con los señores de la guerra locales, en un conflicto que lleva abierto veinte años y no tiene visos claros de resolución, habiéndose convertido el Océano Índico en pasto de piratas crecidos al albur del desgobierno y la guerra contra los yihadistas de al-Shabaab (“al-shabaab” quiere decir “los jóvenes”).
Mientras lo que ocurría no afectaba a Occidente, se apoyó y permitió el yihadismo. Lo que Occidente no intuía aún es que los yihadistas tenían un plan a largo plazo, que era la destrucción de Occidente, pues los yihadistas percibían que la democracia occidental era contraria a su interpretación ultraortodoxa del Islam. Fue a raíz de los atentados contra las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania en 1998 y sobre todo de los ataques contra las Torres Gemelas en EEUU el 11 de septiembre de 2001, que EEUU abrió los ojos; y el 7 de octubre de 2001 EEUU comenzó la guerra contra los talibanes –y los yihadistas que aún quedaban ahí- en Afganistán, guerra en la que seguimos empantanados. Los yihadistas seguían fuertes y asestaron otro golpe mortal en Madrid en marzo de 2004 y otro en Londres en julio de 2006, al que siguieron otros de menor escala. En la época global del mercadeo la marca que asumieron los yihadistas fue “Al Qaeda”, que significa “la base” (de entrenamiento militar).
Estimo que ya antes de que se quitaran la careta en 1998, los yihadistas habían actuado contra intereses occidentales en el mundo árabe, pero le colgaban el sambenito a otros. Así, elementos fanatizados y descontrolados del yihadismo estuvieron, en mi opinión, detrás del asesinato de Anuar el Sadat en Egipto en 1981 y detrás de los atentados contra intereses turísticos y hoteleros en el verano de 1994 también en Egipto, sobre todo en Cairo [y antes del posterior y casualmente coincidente desarrollo turístico de Sharm Al Sheik, más cercano geográficamente a Arabia Saudí e Israel].
5. El movimiento islamista
Ambos atentados terroristas en Egipto, el de 1981 y el de 1994, se calificaron rápidamente, en mi opinión de manera harto interesada por mantener el statu quo y harto simplista, de islamistas, cuando, en mi opinión, fueron también acciones yihadistas que buscaban crear al enemigo en casa, para mediante políticas de terror amedrentar tanto a las poblaciones locales en los países árabes y musulmanes, como a Occidente.
Cuando se calificaban esos atentados de
islamistas se quería dar a entender que detrás de ellos estaban los Hermanos Musulmanes egipcios. Los Hermanos Musulmanes son islamistas sunitas seguidores de una doctrina pacifista (y por ello repetidamente denostados y criticados por Osama bin Laden) que fue elaborada por Hassan al-Banna en 1928; y que fue el único espacio ideológico-político que le quedó a los islamistas sunitas tras la expulsión de sus nobles de
la Meca por los saudíes en 1924.
Los Hermanos Musulmanes de Egipto han llevado y llevan a cabo, ante todo, labores sociales. El movimiento islamista representaría el ideario liberal moderado en términos políticos y la justicia social en asuntos económicos.
El efecto disuasorio del calificativo islamista fue aprovechado por muchos dirigentes árabes y no árabes poco interesados en democratizar sus países o dejar que se democratizaran sus vecinos, enfundando ya de paso el mundo árabe en una segunda y nueva ola de represión.
6. La segunda ola de golpes reaccionarios sobre la base del fantasma islamista
Dictadores como Hosni Mubarak en Egipto o Zine el Abidine Ben Ali en Túnez utilizaron con frecuencia el fantasma islamista para seguir obteniendo recursos de Occidente que apuntalaran sus dictaduras. Zine el Abidine Ben Ali mantuvo, por ejemplo, al actual Secretario General del partido islamista moderado tunecino An-Nahda, Hamad Jebali, dieciséis años en prisión.
Una estrategia similar siguieron los militares argelinos. Así, cuando en 1989 se permitió el multipartidismo en Argelia, y el partido islamista moderado Frente Islámico de Salvación (FIS) ganó democráticamente las elecciones de 1991, una Junta Militar dio un nuevo golpe de estado; suprimió el FIS; e inició una sangrienta guerra en Argelia que se extendió hasta 2002 y se cobró unas 100.000 vidas.
Y una estrategia similar siguieron Arabia Saudí e Israel en Palestina, aunque ya en 2006. En enero de ese año, otro partido islamista Hamas ganó democráticamente también las elecciones parlamentarias palestinas. En ese momento, ni Occidente, ni Fatah, ni sobre todo y por encima del resto Arabia Saudí e Israel dejaron espacio político para que Hamas articulara un gobierno y gobernara Palestina.
En los años 80 y 90 hubo, pues, un doble juego y un doble rasero que consistía en apoyar a los yihadistas y denostar a los islamistas moderados. Ese juego sin fundamento real ha pasado seria factura a Occidente durante la primera década de este siglo XXI.
7. La tercera revolución árabe: 17 de diciembre de 2010 en Túnez
Esta tercera revolución árabe arrancó el 17 de diciembre de 2010, cuando un joven tunecino en paro, Tarek al.Tayib Mohamed Bouazizi
, se prendió fuego a lo bonzo en la turística ciudad de Sidi Bousaid en Túnez frente a la oficina municipal en protesta por el trato vejatorio al que la policía tunecina le acababa de someter, confiscándole el puesto que empleaba para la venta ambulante de frutas y verduras.
Ese día marcó el inicio de las protestas en las calles tunecinas pidiendo el fin de la dictadura. La muerte de Tarek al Tayib Mohamed Bouazizi, derivada de las quemaduras resultantes, tuvo lugar en un hospital tunecino el 4 de enero de 2011, y supuso la intensificación de las protestas y manifestaciones pacíficas, que culminaron el 14 de enero de 2011, cuando el pueblo tunecino logró forzar al exilio a su dictador Zine el Abidine Ben Ali. Quién estaba detrás de ese dictador está a todas luces claro, sobre todo desde el momento en que ese país le concedió asilo por tiempo indefinido: Arabia Saudí.
El
25 de enero de 2011 comenzó el pueblo egipcio a intentar emular la gesta de su hermano tunecino y empezaron las manifestaciones pacíficas en
la Plaza de
la Liberación, “Maydan
al-Tahrir” de El Cairo. Pese a los intentos del Presidente Hosni Mubarak de ennegrecer la buena prensa internacional de los pacíficos manifestantes permitiendo que elementos violentos de su régimen atacaran a los manifestantes el 2 de febrero, lo que causó más de cien muertos, no logró su objetivo y tuvo que dejar el poder el 11 de febrero de 2011. En mi opinión, también Arabia Saudí estaba detrás del poder dictatorial de Hosni Mubarak en El Cairo.
El ejemplo tunecino-egipcio ha prendido llama en países como Yemen y Bahrein desde febrero, Siria y Omán desde marzo, o Jordania y Marruecos más recientemente. La característica general ha sido la represión de las manifestaciones pacíficas, con especial virulencia [y de ahí las reiteradas denuncias por parte de Amnistía Internacional (AI)] en Bahrein, Yemen y Siria.
8. Las fuerzas reaccionarias que están en contra de que prospere esta tercera revolución árabe
Más allá del wahabismo saudí y del sionismo askenazí que, en mi opinión, siguen siendo contrarios a cualquier revolución democrática en el mundo árabe, hay otra serie de fuerzas regionales que están actuando en contra de esos movimientos populares que reclaman la democratización de sus propios países.
8.1. El lastre catari-wahabi, el lastre bahreiní-sunni y el lastre omaní-ibadí: la pervivencia de las monarquías absolutistas
Algo fundamental que tienen en común Arabia Saudí y Catar es la religión wahabita de sus dos familias reinantes.
A mediados de los 90 la monarquía catarí creó la cadena televisiva Al-Jazeera, con la que se ha convertido, en la época de la globalización, en un actor regional con voz propia. Al Jazeera ha contribuido a la apertura informativa en el mundo árabe con debates de opinión y posiciones críticas sobre los regímenes en el poder. La línea roja siempre ha sido que aquello sobre lo que se informara no entrara en colisión con los intereses cataríes. Esta línea roja es fácilmente comprobable viendo las noticias de Al-Jazeera, tanto en su emisión en árabe, como en inglés. Así, por ejemplo en estos días de revueltas en el mundo árabe no informará de las revueltas en Omán y muy limitadamente en Bahrein, mientras que incidirá en lo que acaece en Yemen o Siria.
Y, en mi opinión, la línea roja la marca el interés que tienen los cataríes (y que les une firmemente a los saudíes) en mantener los privilegios elitistas de las monarquías reinantes, y que es lo que está detrás del apoyo denodado a otros dos regímenes monárquicos absolutistas y dictatoriales: la familia reinante de Bahrein, sunnita, no wahabi; y la familia reinante de Omán, íbadí (ni sunita, ni chiíta).
Aunque el wahabismo catarí ha desempeñado un papel aparentemente muy distinto al del saudí, y Al-Jazeera era a menudo crítica con los saudíes (obviamente antes del inicio de esta tercera revolución árabe), lo que está pasando ahora podría llegar a afectar a los propios sistemas dictatoriales del Golfo y de ahí el liderazgo catarí para llevar la atención internacional lejos de la zona. Así, mientras las tropas saudíes entraban en Bahrein a mediados de marzo para ayudar a la monarquía local a reprimir violentamente las manifestaciones pacíficas que pedían reformas político-sociales, Catar se erigió en adalid de la posición árabe contraria a Libia, favorable a una zona de exclusión aérea, y a su bombardeo. Y durante semanas solo se informaba de lo que acaecía en Misrata y se silenciaban así las atrocidades en Manamá, capital de Bahrein. Igual se podría decir de Omán, donde las manifestaciones se suceden a diario, sin que se informe de ellas en Occidente.
Ese espíritu de camaradería monárquica está guiado por el deseo de que las prebendas de sus regímenes despóticos, de sus monarquías absolutistas, sobrevivan. La invitación hace escasas semanas del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) a Marruecos y Jordania (las únicas dos monarquías árabes no parte del CCG) para que se les unieran, va en esta línea.
8.2. El lastre militarista sirio-alauita, el lastre militarista libio y el lastre militarista yemení: la pervivencia de los militares que inauguran líneas sucesorias
El ejemplo regional que sentara en su día el Reza Phalavi, militar que había derrocado al Sha de Persia; se había auto-proclamado sha; y había institucionalizado la línea sucesoria entre sus hijos, ha sido un ejemplo goloso para otros líderes árabes. Hafed al-Assad lo hizo en Siria; y Hosni Mubarak, Muamar el Gadafi y Ali Abdullah Saleh tenían intención de hacer lo propio en Egipto, Libia y Yemen respectivamente.
El régimen sirio mantiene en vigor de manera ininterrumpida la Ley de Emergencia desde 1963. El régimen se apoya en un partido único (el partido baatz) y en el control absoluto por parte de los alauitas (una minoría chiíta que son solo el 7% de la población siria) de todos los resortes de poder político y militar.
El régimen libio era el único superviviente de la segunda revolución árabe, y su líder, Muamar el Gadafi, siempre fue un invitado incómodo entre sus colegas árabes, pues denunciaba, sin el menor viso de corrección política, los dobles estándares que los países árabes se aplicaban entre sí. A su vez era, como casi todos los demás, un régimen dictatorial militarista, y sus dos hijos firmes candidatos en la línea sucesoria.
El régimen yemení ha evolucionado hacia una autocracia, donde Ali Abdullah Saleh tenía intención de institucionalizar la sucesión en el cargo en su hijo Ahmed Saleh.
A finales de noviembre de 2011, el régimen sirio-alauita simplemente lucha por su supervivencia, sin que tenga capacidad de ejercer su influencia disuasoria de la democracia y la libertad más allá de sus fronteras. Por su parte, el Presidente yemení lleva buscando garantizar su inmunidad varios meses, forzando acelerados procesos de mediación por parte del CCG. Es difícil calcular los muertos hasta la fecha tanto en Siria como en Yemen, pero en ambos se calculan en más de tres mil.
No obstante, el que Libia sea el único país en que la OTAN haya decidido intervenir ha hecho que el escenario sea aún más complejo que en un Yemen o una Siria, también bañados de sangre, pero patio trasero saudí el primero y turco el segundo, y por ende, no intervenibles. En esencia, lo que se ha vivido en Libia hasta octubre de 2011 ha sido una guerra civil entre una parte de la población libia que luchaba contra la dictadura de Gadafi con el apoyo de la OTAN y yihadista; y otra parte de la población libia que interpretaba ese apoyo como neo-colonialismo y aunque no estuvieran conformes con la corrupción del régimen preferían apoyarlo, antes que apoyar lo que percibían como neo-colonialismo petrolero.
8.3. El militarismo del Norte de África: el lastre argelino militarista y el lastre marroquí-alauita
Argelia sigue controlada por los militares que no reconocieron la victoria del FIS en las elecciones de 1991, y sigue siendo un régimen no democrático.
Marruecos ha seguido siendo casi impermeable a las reformas democráticas hasta que la tercera revolución árabe ha puesto presión sobre la monarquía aluita gobernante para que democratizara el país.
La pésima relación existente entre Argelia y Marruecos se ve espoleada por la situación sin resolver en el Sahara Occidental; y la creciente violencia terrorista en el Sahel.
8.4. El lastre iraquí y el lastre iraní
Desde la intervención contraria al derecho internacional liderada por EEUU en Irak en 2003 para eliminar a Sadam Hussein, un antiguo colaborador tornado incómodo [similar a lo acaecido el 1 de mayo de 2011 en relación con Osama bin Laden], Irak es un constante goteo de vidas humanas. Las cifras varían enormemente dependiendo de las fuentes. Hasta abril de 2009 Associated Press calculaba la cifra de muertos en 110.000, y aunque no se han encontrado cifras agregadas desde entonces (pese a que sigue habiendo muertos casi a diario y en atentados a gran escala), no sería exagerado afirmar que la guerra de Irak ha implicado unos 130.000 muertos y unos dos millones de refugiados, en un país que sigue siendo presa de los enfrentamientos sectarios. La dictadura teocrática chiíta iraní se beneficia también de la inestabilidad iraquí, igual que se benefician los saudíes, pues evitan la competencia petrolera irakí. Mientras Irán no se democratice, Irak no se pacificará. Y también debe abordarse la cuestión kurda.
8.5. El papel de Turquía: puede más su ideario conservador y el statu quo
Turquía está gobernada desde 2002 por el AKP (el Partido de la Justicia y el Desarrollo), partido que había sido creado en 2001 tras la declaración como inconstitucionales de dos partidos islamistas previos. De ahí que el AKP haya insistido desde el principio en su ideología conservadora (centro-derecha), que “no se fundamenta en base religiosa alguna”, según declaró tras su creación su entonces y su aún líder Recep Tayyip Erdogan. A pesar de esa insistencia teórica, habitualmente se considera al AKP un partido islamista, vinculado en su origen ideológicamente a los Hermanos Musulmanes.
No obstante, si Turquía el año pasado se posicionó claramente a favor de la causa palestina y el final del bloqueo de Gaza, auspiciando la flotilla de junio de 2010, lo que implicó un abrupto distanciamiento de su aliado tradicional, Israel; y los esfuerzos conjuntos con Brasil para mediar en el expediente iraní, iban conformando un rol diferenciado y diferencial de Turquía en la región; el papel de Turquía en la actual coyuntura, desde enero de 2011, ha sido distinto. El AKP no deja de ser un partido conservador y está actuando como tal, en línea con la preservación de sus intereses elitistas y de la preservación del statu quo de fuerzas reaccionarias en la región. Eso explica el apoyo a la decisión primero saudí y de la OCI el 8 de marzo (y luego refrendada por la Liga Árabe) de bombardear Libia.
9. Las fuerzas progresistas que quieren que triunfe esta tercera revolución
9.1. Las poblaciones y los consejos transitorios de Túnez y Egipto
Aunque en ambos países son conscientes de que las pulsiones de las fuerzas reaccionarias son fuertes, en ambos son conscientes del potencial de empuje que su actuación puede tener.
El Acuerdo intra-palestino del 3 de mayo de 2011, propiciado por Egipto, es un ejemplo claro de que el acuerdo estaba ya cerrado, simplemente no había voluntad por parte de Israel y de Arabia Saudí de que fuera aplicado y por eso se iba demorando años su anuncio. Un Egipto nuevamente libre ha podido actuar de mediador honesto y rápido.
9.2. Las fuerzas monárquicas más progresistas: EAU y Kuwait
La tercera revolución árabe ha hecho que algunas monarquías del Golfo se alíen para mantener sus prebendas, otras en cambio están moviéndose para solucionar problemas. Kuwait ha sido especialmente activo en los últimos meses mediando entre EAU y Omán; y EAU ha sido fundamental en la mediación entre el Presidente y la oposición yemeníes.
9.3. Los palestinos y los países más afectados por la cuestión palestina: Jordania y Líbano
Los palestinos, quizás por ser el pueblo árabe que más ha sufrido en los últimos sesenta años, es quizás el más democrático. El pueblo palestino quiere que esta revolución triunfe; que se logre la paz; y que se pueda crear un estado: Palestina, que ponga fin a sesenta años de interinidad.
Lo que ocurra finalmente con los palestinos afectará decididamente a dos países bastante democráticos para los estándares regionales (Jordania y Líbano); y quienes asumieron y aún soportan la mayor carga de los refugiados palestinos.
9.4. Las poblaciones, sobre todo jóvenes y mujeres, en todo el mundo árabe
Esta tercera revolución está teniendo por protagonistas los jóvenes (hay 40 millones de jóvenes menores de 25 años en paro en el mundo árabe) y las mujeres de todos estos países.
10. Conclusión
Son mucho más numerosos las fuerzas y los poderes contrarios a que esta tercera revolución árabe se extienda a todo el mundo árabe, cuaje, y sea el inicio de una nueva realidad en el Mediterráneo y, por extensión, en el mundo entero.
No obstante, vivimos en una nueva era, que no tiene nada que ver con aquel cercano en el tiempo 2003 en que Occidente bombardeaba Irak. Estoy absolutamente convencida de que la legitimidad de las reivindicaciones populares árabes a favor de la dignidad del ser humano, de las libertades democráticas básicas y de la justicia social triunfará. Las nuevas tecnologías no permitirán que injusticias coyunturales se perpetúen. ¡De esta tercera saldremos vencedores!