domingo, 25 de diciembre de 2011

El lastre saudí

Detrás de varios sistemas de gobierno reaccionarios que han existido en el mundo árabe durante el siglo XX está el lastre saudí-wahabi. Era una de las fuerzas, la principal, que sostenía en el poder a los dos dictadores del mundo árabe que ya lo han abandonado –Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto- y es la fuerza que está detrás de muchos de los que siguen en el poder, especialmente de las monarquías del Golfo.

La génesis de lo que denomino lastre saudí-wahabi se remonta a 1902, cuando Abd al-Aziz ibn Saud, seguidor del entonces emir de Nayd, uno de los reinos menores de la península arábiga, inició una conquista de las taifas cercanas, tomando ese año Riad. Los Saud practicaban una forma muy minoritaria, extremista  y tremendamente tradicionalista del sunismo, una de las ramas del Islam -siendo la otra rama el chiismo-. Su avance no fue espectacular en un principio y hasta los años veinte del siglo pasado sólo cabe destacar la anexión de Hasa en 1913.

Tras el fin de la Primer Guerra Mundial se reanudaron los enfrentamientos entre potencias europeas (Francia y Reino Unido) en el escenario post-otománico y eso estuvo en el origen de que otro actor regional emergente encontrara el espacio político suficiente para apoyar a los Saud en sus conquistas y así ibn Saud conquistó la taifa de Hail en 1921, la Meca en 1924, Yeddah en 1924 y Asir en 1926. El 10 de enero de 1926 Abd-al Aziz ibn Saud se declaró Rey de Hijaz y el 27 de enero de 1927 se autoproclamó Rey de Nayd (simplemente cambió el título de emir o sultán por el de rey). En 1932 los dos reinos de Nayd y Hijaz se unieron para formar el Reino de Arabia Saudí.

Con la creación, pues, del Reino de Arabia Saudí, ese wahabismo (esa corriente o secta del Islam que partió de ser muy minoritaria y limitada en amplitud geográfica e influencia religiosa), pasó a ser religión de Estado de Arabia Saudí.

Y si Arabia Saudí hubiera estado geográficamente ubicada en cualquier otro lugar del mundo árabe, el que Arabia Saudí fuera wahabi no habría tenido la menor trascendencia allende sus fronteras. Les habría afectado solamente a los saudíes (y les afecta: sus mujeres tienen el régimen más estricto de cobertura con telas negras de su cuerpo que existe en todo el mundo árabe). Y adaptando un refrán castellano al caso: “cada cual es libre de hacer en su casa lo que quiere” y la más férrea monarquía absolutista del mundo árabe, la saudí, obviamente aplica el wahabismo a sus súbditos. Esto, solo esto, ya es en sí un inmenso problema en términos de derechos humanos, como denuncian muchas de las organizaciones que trabajan a favor de la protección de lo derechos humanos en el mundo, léase Human Right Watch o Amnistía Internacional.

Además, desde 1932 el régimen saudí, en la medida en que entre sus ciudades conquistadas incluyó las dos ciudades santas de Meca y Medina, pasó también a ejercer el rol de “Custodio de los Dos Santos Lugares del Islam”, es decir, pasó a ser el centro neurálgico de todo el mundo islámico. Y aquí conviene recordar que el Islam hoy es la segunda religión del mundo en términos de cantidad de adeptos: entre 1410 y 1570 millones de personas, entre un 21 y un 23% de la población mundial.

De los dos Santos Lugares, el preeminente siempre ha sido, es y será la Meca. Y eso por una razón obvia: Mahoma, el Profeta del Islam, nació y murió en la Meca en el 570 y 632 respectivamente. Y precisamente por haber nacido y muerto ahí Mahoma, la Meca es la ciudad a donde se hace la peregrinación como musulmán (el “hajj”). De ahí la importancia fundamental de quién ocupe esa ciudad para todo el mundo islámico.

Pero como los saudíes tenían en 1932 ya en su poder no una, sino las dos ciudades del Islam, fue entonces que tuvo lugar el corte histórico: los saudíes wahabitas se inventaron y autoimpusieron el título de “Custodios de los Dos Santos Lugares del Islam” –empleando para ellos un término árabe en dual, pues son dos-.

Hasta 1924 que los saudíes wahabitas ocuparon la Meca por la fuerza, quien dirigía los designios de la Meca, y por ende del Islam, eran los sucesivos “Sharif Mecca” (que traducido del árabe al castellano vendría a ser “el Noble de Meca”), título que desde la época abasida ha ido recayendo en diferentes familias nobles árabes pertenecientes a los fatimidas (967 a 1101), ayubidas (1201-1254), mamelucos (1254-1517) y distintos nobles árabes en régimen de suzeranía- régimen otománico similar a una autonomía- durante la época del imperio otomano (1517 hasta la revolución árabe de 1916).

El último “Sharif Mecca” bajo los otomanos y quien retomó el testigo en 1918 tras dos años de interregno de la revolución árabe fue Husein Bin Ali. Ese Husein bin Ali, al que en 1924 expulsaron los Saud de Meca, fue el último hachemita “Custodio del Lugar más Santo del Islam: la Meca”. Desde entonces, la dinastía hachemita ha quedado relegada a Jordania y el actual Rey de Jordania es el bisnieto de ese último “Sharif Mecca”.

Desde que se produjo, pues, la simbiosis entre wahabismo saudí e Islam,  cualquier movimiento de fuerzas en el mundo islámico ha tenido detrás a Arabia Saudí en su calidad de “Custodio de los Dos Santos Lugares”. El ejemplo más reciente ha sido la toma de posición de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) en una reunión de emergencia el pasado martes 8 de marzo, en la que apoyó la creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia.

Detrás de esta decisión islámica contra Libia está el lastre saudí-wahabi. Y el principal objetivo de Arabia Saudí –y que subyace tras esta decisión- era detraer la atención internacional de las acciones que Arabia Saudí pretendía llevar a cabo en el Golfo pérsico, en apoyo de sus monarcas afines (si es que la calle, totalmente subyugada y atemorizada en esos países, se atrevía a sublevarse). Y esa sublevación ya ha empezado en Bahrein, país-isla que está unido físicamente a Arabia Saudí mediante la Calzada del Rey Fahd, que se acabó de construir en 1986.

Y permítanme ser algo menos historicista y algo más abstracta en mi conclusión: Nor Nur. “Nor” en vasco significa “quién”, “nur” en árabe significa “luz”. En mi opinión, quién está detrás de lo que está ocurriendo en el mundo árabe es la luz de lo árabe. Y por luz de lo árabe entiendo una fuerza que está buscando limpiar estos Santos Lugares de las mentiras históricas, de las suplantaciones históricas, de los absolutismos, de los despotismos ilustrados, de los abusos de poder, de la corrupción. La fuerza de la que hablo, deja atrás en términos históricos tanto a nobles como a custodios. Son los pueblos llanos, los jóvenes, los tecnócratas, que habitan una cierta tierra pero pueden proceden de un sinfín de países, pues el mundo árabe es también, igual que Nueva York o Europa,  y cada vez más, un “melting pot” o crisol –bella palabra esta última que el español ha tomado prestada del catalán-. Y cada día que pasa ese crisol crece ahí, aquí y en todas partes.

El principal escollo es que los alrededores amplios de esos Santos Lugares significan e implican tanto para tantas religiones e ideologías del mundo que el panorama se nos está complicando día a día. Puedo identificar seis fuerzas que están actuando entre bastidores contra esa fuerza de la luz. El saudi-wahabi es, en mi opinión, sólo uno de los seis lastres. El segundo sobre el que escribiré es el lastre askenazi-sionista [y, por favor, no me malinterpreten, pues ese lastre, en su origen, representaba a una minoría de una minoría, pero igual que los wahabis, ha ido creciendo en influencia con los años]. El tercer lastre son las monarquías autocráticas del Golfo, y países como Marruecos y Jordania; todos ellos comparten el hecho de escudarse en las prebendas monárquicas con el fin de evitar emprender reformas en profundidad, y Occidente se lo compra. El cuarto lastre son los militarismos que buscan perpetuarse en líneas sucesorias, como son los casos de Libia, Siria y Yemen. El quinto lastre son los militarismos de larga data como los casos de Argelia. El sexto lastre es Irán y su régimen de ayatolahis chiíes. Ni las monarquías, ni los militares, ni los wahabis, ni los chiíes quieren entregar el poder a sus pueblos, que es lo que significa originalmente en griego “democracia” [δῆμος (dêmos) "gente" y κράτος (kratos) "poder"], y cada uno tira para sí y sus propios intereses creados. De ahí el dramatismo de este 2011.

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